domingo, 5 de junio de 2011

VERDE, QUE TE QUIERO VERDE...

 
 
 
El Avila desde el Country Club - Manuel Cabré
Desde que tengo uso de razón siempre me he encontrado muy a gusto, muy cómodo, con la naturaleza y todas sus infinitas manifestaciones. Uno de mis recuerdos más perdurables son las caminatas por el Parque El Pinar, con el que colindábamos,  en El Paraíso, aquí en Caracas, a finales de la década de los 40. Para mi hermana  y para mi, era como un enorme jardín extendido al fondo de nuestra casa, con pocas caminerías y muchos pinos. Para un niño soñador de 7-8 años era un mundo de exploración y aventuras. El encuentro con pequeñas culebras -una de hermoso color dorado, por lo menos en mis recuerdos- era motivo, luego, de excitada conversación durante días. El pinar despedía una fragancia muy particular y fresca, que se esparcía con la brisa. Todo era sosegado, armónico, limpio...natural.
Luego, a principios de la década de los 50, vivimos en Valle Arriba, Caracas, en un pequeno edificio sobre una colina que miraba hacia un valle muy arbolado y verde en el que se comenzaba a desarrollar la urbanización Los Naranjos de Las Mercedes. Apenas iniciaban las obras del Hotel Tamanaco.  Lo que se conoce hoy como Colinas de San Román, se encontraba casi virgen: una solitaria carreterita de tierra llevaba hasta el tope donde se construía una solitaria mansión, hoy perteneciente a una fundación, desde donde se tenía, para aquel momento, la mejor vista del valle de Caracas.  El ambiente era  bucólico, aún semirural. Recuerdo con verdadera nostalgia las largas caminatas por esa carreterita de tierra en el cerro de San Román y, aún más, las frías mañanitas -sí, entonces hacía bastante más frio en Caracas- húmedas por el seremo de la noche y el trinar de miles de pájaros en esa hondonada muy boscosa que separaba Valle Arriba del Hotel Tamanaco y San Román. Muchos pajaritos: reinitas, tordos, canarios de tejado, tortolitas, se apostaban en la cerca del edificio a secarse el sereno. 
A lo largo de los años, he buscado estar vinculado a la madre naturaleza y he tenido el privilegio de haberlo logrado a través de pequeñas fincas en las que, más que desarrollarlas como negocio, disfrutaba -la mayor  partede las veces en solitario- de flora y fauna en su estado natural. Nada como recostarse perezosamente, como cualquier araguato,  en lo alto de un árbol a contemplar el acontecer de la naturaleza en deredor. O sentarse sobre un enorme peñasco en el macizo del Roraima, tratando de absorber su energía y descifrar sus misterios,   sintiéndose minúsculo e insignificante ante su imponente presencia. "Si sólo me pudieras hablar, qué cosas no me dirías..." recuerdo haberle lanzado a ese mágico tepuy. Cuánta sabiduría y experiencias represadas, congeladas, en esas magníficas formaciones, las más antiguas del planeta! Oir el silencio en la brisa sobre el majestuoso Auyantepuy, caminar desnudo por la sabana experimentando las sensaciones de nuestros antepasados, navegar por el impresionante Caroní y el majestuoso Orinoco....subir al Avila mil veces, disfrutándolo cada vez.
Mi enamoramiento con la naturaleza, y mi comprensión de la Madre Tierra como hermoso y vital sustento  de todas las especies, incluyéndonos,  se fortaleció con los años. También mi angustia por el terrible deterioro que viene sufriendo, y las condiciones de vida que enfrentarán mis hijos y nietos, así como las miles de formas de vida con las que estamos inexorablemente vinculados.  En los últimos 50 ó 60 años, el delicado equilibrio que permitía la armónica convivencia sobre la delgada biosfera del planeta se rompió terriblemente. Poco a poco comenzamos a ver, peor, vivir, las consecuencias. En un afán suicida de industrialización y urbanismo, que requiere cada vez mayores insumos energéticos altamente contaminantes, la humanidad ha ido inclinando la balanza hacia una catástrofe mundial de incalculables proporciones. Pensamos que, al margen de una hecatombe atómica, regresar a un modo de vida en el que podamos convivir armónicamente con la naturaleza será el reto más extraordinario que enfrentarán las próximas generaciones sobre nuestro planeta. Eso o dejar de existir como especie.
Desde esta modesta tribuna es poco lo que podemos contribuir con la solución de  esos inmensos problemas mundiales. Nuestra preocupación y mayor angustia se centra sobre lo que ocurre -o no ocurre- en nuestro país. Es muy preocupante presenciar cómo el país no avanza en la conscientización de sus ciudadanos sobre este terrible mal. Al contrario, frente a otros países vecinos que sí se preocupan, el nuestro pareciera retroceder, mientras mantiene su atención en pequeñas circunstancias del acontecer diario. Hoy, los contrastes con aquella hermosa, amable  y fresca ciudad, que llamaban La Sucursal del Cielo, son muy evidentes. Basura, sucio, contaminación de aguas, tierra y aire; hiper densificación poblacional, contracción de áreas verdes,  barrios encaramados unos sobre otros en una suicida precariedad, negligencia criminal por parte de los responsables de velar por el cumplimiento de leyes y ordenanzas. Y lo peor: a pocos pareciera importarle!
Nuestra misión será ir sembrando consciencia, en la medida de nuestras posibilidades, por este y otros medios.  Hoy, 5 de junio, Día de la Tierra, iniciamos el camino con la esperanza de ir dejando nuestra huella verde en mentes y corazones. Quizá otra generación coseche lo que nosotros podamos sembrar. Ojalá así sea.   
 

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